Debió tener el alma como el campo
castigado por soles y sequías,
así como ese monte achaparrado,
erizado de espinas,
que sólo se empenacha en primavera
con la ofrenda mezquina
de algunos escasos ramilletes
de flores amarillas.
Empuñando la herramienta
con firmeza y baquía,
abrió el claro preciso para el rancho;
cortó horcones y vigas;
amasó paja y barro para el techo
y entretejió su quincha.
Las nubes que pasaban
arriba, muy arriba,
urgidas por el viento,
de lejanía en lejanía,
llovieron ilusiones
y soñó con amelgas verdecidas
y con pirhuas colmadas
de cosechas opimas.
La pequeña represa
cavó con afán en muchos días
y no era mas que el cuenco de sus manos
agigantado, que al cielo se ofrecía
en espera anhelosa,
por la sed de la tierra y de su vida.
Cuanto más le cercaba la pobreza
la fe era mas viva.
Plantado como un tala en el paisaje, aferrado a su tierra tan querida,
fue poniéndole el tiempo,
en sus magras mejillas,
los signos de la angustia y el cansancio
y en sus cabellos hebras de ceniza.
Sus fuerzas se agotaron
en lucha desigual y sostenida.
Agobiado y exhausto,
la tierra lo ha sumado a sus conquistas.
Ahora yace inmerso
en un silencio sin orillas.
Eternidad abajo
y eternidad arriba.
¡Inerte sobre el polvo
como rama caída!
¡Lo esta llorando el lucero de la tarde
con su lágrima viva,
arrojándole leves resplandores,
como fina llovizna,
el oro desvaído y angustioso
de sus chacras ardidas!
Regresado a la tierra que lo acoge,
renacerá algún día,
en el dulce sabor de la algarroba;
en el latido de las cajas indias;
en el acento gris de las vidalas;
en el maíz de la cosecha exigua,
suerte de pan para remotas bocas…
Como está ya su sangre detenida,
no caben en su mundo
ni la noche ni el día.
Eternidad tan sólo
hacia abajo y hacia arriba,
hacia los horizontes todos,
sin fondo y sin orilla,
sin monte achaparrado,
sin sol y sin sequía.
José M. Paredes
Traz la voz, la tierra –1959-
Biografía: http://www.poetajoseparedes.com.ar/vida.htm
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